• El mito del dialecto (o de la lengua)


    "La educación es cosa admirable, pero de vez en cuando conviene recordar que nada que merezca la pena saberse se puede enseñar". Oscar Wilde.


    Se podría dedicar un libro entero para hablar de la gramática normativa. Basta remontarse a los tiempos en que cursamos la escuela primaria: tildes corregidas en rojo, cruces enormes, palabras subrayadas, y lo que sea para que nos enteremos de que la forma en que escribimos no es la correcta.


    En ese juego de la gramática normativa entraban las diferencias de valor entre la lengua culta y la popular. La forma culta era la forma acabada, el último peldaño al que un estudiante debía llegar, puesto que eso demostraría que manejaba un nivel mayor de complejidad en las estructuras de la lengua. En cambio, el lenguaje popular era un grado inmaduro, primitivo, que con una guía determinada del docente evolucionaría hacia formas superiores.

    ¿Qué problema encuentra esa forma de pensar la lengua? Steven Pinker, en El instinto del lenguaje, postula que desarrollamos estructuras mentales de la misma forma que un órgano del cuerpo, a través del tiempo por selección natural. Nuestra forma de hablar es un instinto, tan complejo como el funcionamiento de los ojos. Tanto en la lengua culta como la popular se activan mecanismos que requieren una complejidad imposible de emular, al menos por ahora. De ahí lo fútil de graduarlos en primitivos o avanzados. Basta ver la letra de un tango para regodearse con la complejidad de los lunfardos, la poética de la calle.

    "El lenguaje complejo es universal porque los niños realmente lo reinventan generación tras generación, y no porque se les enseñe, porque sean muy listos en general o porque les sea útil, sino porque sencillamente no pueden evitarlo" (página 32).

    Otra costumbre cuestionable era darle mayor jerarquía a las lenguas de origen indoeuropeo frente a las de sociedades relativamente aisladas. Pinker habla sobre lingüistas que estudiaron el complejísimo sistema de pronombres de la lengua cherokee, por ejemplo, que distingue entre "vos y yo", "otra persona y yo", "algunas personas y yo", "vos, una o más personas y yo". En el castellano o el inglés, en cambio, tenemos apenas un "nosotros/us". ¡Qué primitivos!

    Entonces, decir que la lengua castellana tiene distintos dialectos es darle menos jerarquía a esos dialectos frente a una forma oficial o culta de hablar. Frente a esto me quedo con una cita genial de Max Weinreich, que dice: “Una lengua es un dialecto con un ejército y una armada”.

    Ahora, y esto es muy importante, ¿es inútil marcar tildes y enseñar la lengua culta en las aulas? No, no es inútil, es muy importante. Como reacción a la gramática normativa hubo/hay una corriente que no le da importancia a la forma en que se escribe. Así, nos encontramos con los famosos "horrores" de ortografía en niños, adolescente y adultos. Falta de puntos, comas y lo que sea. Esa forma de enseñar es irse al otro extremo. Es negar lo social, el valor simbólico de la forma en que escribimos. Partiendo del punto en que existen montones de lenguas, en que nuestro cerebro viene "de fábrica" con estructuras muy complejas, al mismo tiempo tenemos que enseñar la lengua culta como otra de esas lenguas. Una lengua que, en determinados contextos, nos permite persuadir de forma más efectiva a nuestros interlocutores. En la medida en que aumentemos nuestro léxico, y manejemos la mayor cantidad de lenguas/dialectos posibles, seremos capaces de comunicarnos mejor.
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    Desde el año 2007 publico cuentos y novelas de literatura infantil y juvenil en editoriales como Edelvives, Macmillan o Urano, y revistas como Billiken.