En Argentina, el único límite a la genialidad del querido Roald fue la traducción, española de España. No es que sea mala, pero al leerla dan muchas ganas de tener una versión local.
Para resolver ese problema, mis alumnos de 6to5ta de la escuela N°12 de Valentín Alsina crearon una versión rioplatense de "Caperucita Roja", uno de los cuentos paródicos, basados en la traducción española. Y la comparten, gustosos, con quienes le quieran sacar provecho. Ahí va:
Embolado al señor Lobo, sin hacer nada,
le pintó un hambre espantosa aquella mañana,
así que, para que la zapán no le duela,
se fue corriendo a casa de la Abuela.
“¿Puedo pasar, señora?”, preguntó.
La pobre anciana, al verlo, se asustó.
Pensó: “¡Este me come de un bocado!”.
Y, claro, no se había equivocado:
se convirtió la Abuela en alimento
en menos tiempo del que acá te cuento.
Lo malo es que era flaca y tan huesuda
que al Lobo no le fue de gran ayuda:
“Sigo teniendo un hambre aterradora...
¡Tendré que merendarme a otra señora!”.
Y, al no encontrar morfi en la heladera
gruñó con bronca aquella fiera:
“Esperaré hasta que Caperucita venga
escuchando un tema de La Renga”.
Y para que no se viera su caripela
se apuró para disfrazarse de abuela.
Se pintó canas y un escote,
y como sería una vieja se dejó el bigote,
las orejas grandes y el hocico,
que tapó con un inmenso abanico.
Llegó por fin Caperu a mediodía
y dijo: “¿Cómo estás, abuela mía?
Por cierto, ¡me impresiona tu oreja!”.
“Para oírte mejor, que ya no soy pendeja”.
“¡Abuelita, qué ojos tan grandes tenés!”.
“Claro, hijita, son los lentes nuevos
que me costaron los dos huevos”, dijo el animal
mirándola con gesto angelical
mientras se le ocurría que la chica
iba a saberle mil veces más rica
que un pancho con papas crujientes. De repente
Caperucita dijo: “¡Qué imponente
abrigo de piel llevás esta primavera!”.
El lobo, estupefacto, contestó: “¡Flasheaste cualquiera!
O no sabés el cuento o me estás jodiendo:
¡Ahora te toca verme sonriendo!
¿Me estás cargando, che, tarada?
Ahora no te va a salvar ni el hada”.
Pero ella se sentó un toque
y sacó un revólver del escote,
con calma le apuntó bien al bocho
y ¡pam! el lobo cayó duro como bizcocho.
Al poco tiempo vi a Caperucita
cruzando por el bosque... ¡pobrecita!
¿Saben lo que llevaba la infeliz?
Un hueso atravesado en la nariz,
que a mí me pareció de un lobo tarado
que estuvo una mañana medio embolado.
¡Un aplauso para asadoras y asadores! Abril, Brandon, Belén A., Belén D., Camila C., Camila V., Dana, Francisco, Lara, Lucas, Michelle, Natalia, Tamara y Verónica.
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