Supongan que yo dijera: “Eso es lo que ella le dio a él, y después
volvió a su casa, que también era mía, e hizo temblar la puerta, cuya
bisagra estuvo a punto de salirse. Qué terrible esa muchacha”. Sin duda
es una manera efectiva para escribir mucho sin decir nada. Hay montones
de referencias a sujetos de los que no sabemos nada. ¿Quién es ella?
¿Quién es él? ¿Quién está narrando? Al mismo tiempo, hay referencias a
esas mismas referencias indeterminadas. Cuando decimos: “Qué terrible
esa muchacha” estamos haciendo referencia a “ella”.
Los referentes y los referidos
¿Qué vendrían a ser esas palabras rodeadas de un halo de misterio, que nos dicen tan poco y nos envían a otro momento donde, se supone, vamos a obtener la información que necesitamos? Son los referentes. Si ese par de oraciones que tenemos como ejemplo fueran parte de un cuento o una novela, seguramente antes de leer eso nos encontraríamos con algo como: “-No te quiero ver nunca más -le dijo Laura a Nicolás”. Este dramón nos daría un poco más de información. Ella es Laura. Él es Nicolás.
Entonces, ¿qué hay de particular en la relación entre los referentes y
los referidos? A simple vista podemos ver una concordancia. Laura es una
mujer, por lo tanto la referencia a ella tiene que estar en femenino.
Lo mismo en el caso de Nicolás. En este punto seguramente estarán
pensando: “Pero si esto lo sabe cualquiera”. Sí, sí, pero esperen que
ahora vienen cuestiones más complicadas y con las que muchas personas se
confunden.
Si analizamos otra parte de la frase, vamos a encontrarnos con “cuya”,
que hace referencia a la bisagra. En este caso se da la concordancia en
género femenino pero también en número. Si fueran varias bisagras, el
referente tendría que ser “cuyas”. “Cuyas bisagras estuvieron a punto de
salirse”. Hay que tener eso muy en cuenta, porque se suelen escribir
párrafos y párrafos con referentes que no respetan esa regla elemental
de concordancia.
Técnicas para no confundirse
Por otro lado, también nos podemos encontrar con frases así: “Los dos hombres esperaron horas y horas, lo cual terminaron cambiando de banco”. ¿Por qué ese “lo cual”? El “lo cual” se puede usar en casos como: “El médico me dijo que no chupara la grasa del asado de tira, lo cual me parece muy injusto”. Ese “lo cual” hace referencia a lo que el médico le dijo. El médico le dijo eso. Eso le parece muy injusto. Si en cambio el médico le dijera “muchas cosas”, “esas cosas le parecerían injustas”. Quedaría: “El médico me llenó la cabeza de indicaciones, las cuales me parecen injustas”. Si queremos decir bien la oración de los dos hombres, tendríamos que reformularla: “Los dos hombres esperaron horas y horas, y como consecuencia de eso terminaron cambiando de banco”. Ahí aparece una referencia clara a la larga espera. En cambio ese “lo cual” de la oración agramatical no puede estar sin un acompañante que lo dote de referencialidad. Sí sería gramatical una oración como: “Los dos hombres esperaron horas y horas, después de lo cual terminaron cambiando de banco”. Si cambiamos el “lo cual” por un “eso” nos vamos a dar cuenta fácilmente. “Los dos hombres esperaron horas y horas, eso terminaron cambiando de banco”. No queda nada bien. En cambio: “Los dos hombres esperaron horas y horas, después de eso terminaron cambiando de banco”. Ahora sí.
Cómo juega el número en las referencias
También se suelen leer oraciones donde se pierde la referencia porque no
se respeta el número (tengamos en cuenta que se pueden hacer
referencias hacia atrás o hacia adelante. En el ejemplo que poníamos con
“cuyas” la referencia recoge el significado de una parte posterior del
discurso: “Cuyas bisagras”. En cambio, en los demás ejemplos la
referencia apunta a algo dicho con anterioridad). Ejemplo: “Los casos de
desnutrición infantil fuerzan a la ONU a emitir las más enérgicas
resoluciones, pero a ninguna nación le interesa cumplirla”. Es un caso
clásico de confusión con el referente. Al ser la desnutrición infantil
un tema fuerte, queda en el inconsciente del que escribe como punto de
referencia de todos los referentes, pero no tiene que ser así. “A
ninguna nación le interesa cumplirla”. ¿Le interesa cumplir qué? Las
enérgicas resoluciones. ¿Entonces? Deberíamos decir “cumplirlas” porque
nos estamos refiriendo a las resoluciones.
Hasta acá podemos llegar sin meternos en el inmenso y agobiante mundo de los pronombres, caso que genera polémica entre los gramáticos. Que les pase rápido la semana, hasta el próximo descansito.
Hasta acá podemos llegar sin meternos en el inmenso y agobiante mundo de los pronombres, caso que genera polémica entre los gramáticos. Que les pase rápido la semana, hasta el próximo descansito.
Creo que en un contexto literario los errores ortogràficos o de construcciòn gramatical estàn fuera de toda discusiòn. De todos modos es probable que que no existan pàrrafos o textos anticipatorios a que este tipo de escritura va a producirse y en ese caso ….bueno….la verdad ni si quiera sè què opinar.”El Juguete Rabioso” de Roberto Artl fue rechazado varias veces porque los editores decìan que estaba “mal escrito” y le exigìan a don Roberto que lo corrigiera cosa que èl por su puesto no hizo jamàs. Sus “Aguafuertes españolas ” fueron corregidas…pero aquì creo que Artl no pudo hacer nada….Con las “porteñas” le fue mejor, èl escribìa y hablaba mejor que cualquier porteño, (aùn en la actualidad…)
ResponderEliminarSí, sin duda cuando narramos podemos permitirnos jugar con el lenguaje, siempre y cuando ese juego tenga alguna finalidad, y esa finalidad pueda ser captada mínimamente por el lector (consciente o inconscientemente, digamos, para quedar bien con los surrealistas). No sé bien a qué te referís con textos anticipatorios. Con respecto a las Aguasfuertes porteñas, sin duda Arlt escribe con una mezcla de elegancia callejera, con un humor que supera cualquier suplementito barato que se puede encontrar hoy en cualquier diario. Son los problemas de la escritura políticamente correcta que llenan de mediocridad el periodismo.
ResponderEliminar” Bien: me agradaría a mí llamarme Ramón González o Justo Pérez. Nadie dudaría, entonces, de mi origen humano. Y no me preguntarían si soy Roberto Giusti, o ninguna lectora me escribiría, con mefistofélica sonrisa de máquina de escribir: “Ya sé quién es usted a través de su Arlt”. Ya en la escuela, donde para dicha mía me expulsaban a cada momento, mi apellido comenzaba por darle dolor de cabeza a las directoras y maestras. Cuando mi madre me llevaba a inscribir a un grado, la directora, torciendo la nariz, levantaba la cabeza, y decía:
-¿Cómo se escribe “eso”?
Mi madre, sin indignarse, volvía a dictar mi apellido. Entonces la directora, humanizándose, pues se encontraba ante un enigma, exclamaba:
-¡Qué apellido más raro! ¿De qué país es?
-Alemán.
-¡Ah! Muy bien, muy bien. Yo soy gran admiradora del kaiser -agregaba la señorita. (¿Por qué todas las directoras serán “señoritas”?) En el grado comenzaba nuevamente el vía crucis. El maestro, examinándome, de mal talante, al llegar en la lista a mi nombre, decía: -Oiga usted, ¿cómo se pronuncia “eso”? (”Eso” era mi apellido.) Entonces, satisfecho de ponerlo en un apuro al pedagogo, le dictaba:
-Arlt, cargando la voz en la ele.
Y mi apellido, una vez aprendido, tuvo la virtud de quedarse en la memoria de todos los que lo pronunciaron, porque no ocurría barbaridad en el grado que inmediatamente no dijera el maestro:
-Debe ser Arlt.
Como ven ustedes, le había gustado el apellido y su musicalidad.
Y a consecuencia de la musicalidad y poesía de mi apellido, me echaban de los grados con una frecuencia alarmante. Y si mi madre iba a reclamar, antes de hablar, el director le decía:
-Usted es la madre de Arlt. No; no señora. Su chico es insoportable.
Y yo no era insoportable. Lo juro. El insoportable era el apellido. Y a consecuencia de él, mi progenitor me zurró numerosas veces la badana”.
“Yo no tengo la culpa”, fragmento de Aguafuertes porteñas.